CARTA A UN LADRÓN DE BICICLETAS

 

Te vi y aun sin reconocer tu rostro decidí atender a tu llamado, quizás porque encontré en tus facciones la cara familiar de mi pueblo, tal vez porque instintivamente mi corazón ingenuo te miró sin juzgar o simplemente porque estaba con ánimo de charlar, en todo caso decidí en una fracción de segundo que entre los casi ocho millones de habitantes de Bogotá tú eras uno de aquellos con los que se puede tener una buena conversación, así que comenzamos a hablar. Recuerdo que dijiste ser un tal Francisco Rodríguez, ciclista colombiano, hombre honrado y trabajador a quien entregaron la torre Colpatria por sus méritos deportivos, ¿lo recuerdas? Hasta te felicité por esos triunfos y admiré las travesías que entre ruedas y pedales me relatabas…

Así es, le regalé palabras nobles al que sería el ladrón de mi bicicleta. Sencillamente, te creí mientras me enredabas en el personaje que decías ser y como buen impostor me mentiste con naturalidad para hacerme creer que sin verificar tu identidad podía confiar en tu palabra. Mis intenciones eran transparentes y lo supiste al notar en mi mirada un destello poco común de bondad, hasta podría jurar que lo reconsideraste por un instante, pero lastimosamente al estar poco habituado a la empatía decidiste convertir mi voto de fe en ti una herramienta para comportarte como un ser despreciable conmigo. No pudiste ni creer en ti mismo para ser algo mejor que un miserable en la vida, cuando yo, en cambio, sí pensé mejor de ti, te traté como una persona normal que impulsada por el simple gusto de compartir su pasión por el ciclismo se había acercado a mí porque YO le había generado confianza.

Cuán equivocada estaba y qué dolor el que sentí cuando lo que hasta el momento había sido una experiencia inesperada se transformó en esta amarga anécdota. Si mal no recuerdo te seguí con la esperanza de un folleto para al fin cumplir mi sueño de viajar en bicicleta, fuiste tú quién despertó de nuevo ese anhelo de lograr mi meta y si mal no recuerdo hasta me sentí inspirada por haber encontrado un maestro sin estarlo buscando cuándo en realidad me había topado con un usurpador de ilusiones porque de hecho no recuerdo nada mal y fuiste tú también quién en medio de una demostración de destreza con mi bicicleta partió con ella en la más descarada calma, tanto fue así que logre ignorar la primera sensación extraña con tal de darle un chance a tu buena Fe, en mi perplejidad prolongué la esperanza más como un intento por negar la realidad, pero la situación era que me habían robado mi bicicleta y con ella toda mi vida en ese momento. Finalmente, cedí ante la humillación de esta ironía y me quedé perpleja mirando hacia la esquina donde vi por última vez a mi vieja compañera de caminos. Tenía el casco aún en la mano y con los ojos ahogados en lágrimas me desgarré por dentro mientras maldecía el momento en el que me crucé contigo.

Cuando pude reaccionar supe que ya era demasiado tarde, porque mi bici es tan veloz que ni siquiera Hermes con sus alas en los pies podría haberla alcanzado, supe también que la mal llamada justicia de mi país se reiría de mí en la cara por mí mal llamada ingenuidad que avergonzada se negaba a declararse culpable de los hechos. Me convertiste en el colmo de una cultura mal enseñada a justificar la maldad de unos con la falta de maldad de otros. Qué impotencia darse cuenta de que en el juego de la vida algunas partidas el ganador no tiene más mérito que ser un mentiroso y descarado estafador o ¡peor! Porque en una sociedad parida a punta de violencia a cualquier cretino toca agradecerle por no ser un asesino más.

Yo jamás agradeceré que no me mataste por robarme la bici porque la verdad es que ese día si murió un poco de mí, un poco de mí Fe en la gente, un poco de la confianza en mí. Jamás olvidaré lo que es dudar de mi criterio cuando la resignación llega de esa manera. Y a pesar de todo, solo puedo decirte que me compadezco de ti porque tus acciones inmorales solo garantizan que jamás terminarás siendo algo más que un maldito ladrón de bicicletas. Puede que en esta ocasión me haya tocado aguantar a mi ser la víctima de un tonto canalla cómo tú, pero, en cambio, tú debes lidiar contigo todos los días, así que ahí tienes tu vida.

No siendo más, quisiera pedirte un favor a cambio de mis molestias. No es mucho lo que pido, pero ahora que eres responsable de mi hermosa bicicleta me gustaría hacerte algunas recomendaciones, límpiala de vez en cuando, repárala cuando sea necesario y en general cuídala, no vaya y sea que te la roben.

Atentamente M.P. España

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *